Las palabras son alimento, son tan necesarias como el pan, o la sal. Pero hay instantes en que éstas se muestran esquivas; reacias a entregarse, de buenas a primeras, al lector. No hay que desanimarse, sin embargo. Todo lo contrario. Al igual que un amor esquivo, difícil de conseguir, éstas cobran valor a nuestros ojos.
En los Talleres de lectura de la Biblioteca Municipal de Peñaranda, es práctica habitual no amilanarse ante estas palabras casquivanas, caprichosas. Armados de humor, paciencia y un buen diccionario, los lectores las atrapan para compartirlas desde un amor generoso y apasionado. Estas han sido algunas de las palabras esquivas de El manuscrito de piedra; palabras hermosas por lo desconocido, o por su musicalidad, o por el papel interpretado en la trama, o por su significado o, tal vez, simplemente, por su descubrimiento.
Anacoreta: persona que vive en un lugar solitario, entregada enteramente a la contemplación y a la penitencia.
Barbarizar: adulterar con barbarismos una lengua. Convertir algo o alguien en un bárbaro, inculto o cruel.
Cerero: persona que labra o vende cera.
Esquinado: dicho de una persona de trato difícil.
Maestrescuela: Dignidad de algunas iglesias catedrales, a cuyo cargo estaba antiguamente enseñar las ciencias eclesiásticas.
Palestra: lugar donde antiguamente se lidiaba o luchaba.
Solazar: dar solaz, placer, consuelo.
Tordo: Dicho de una caballería: Que tiene el pelo mezclado de negro y blanco, como el plumaje del tordo.
Venablo: dardo o lanza corta o arrojadiza.
Mientras escribimos estas palabras se nos ocurre… ¿y por qué no nos dejan, lectores, sus palabras esquivas que, sin duda, encontraron (o están encontrando, por ejemplo en Urueña), en la novela?