Amaneció gris y amenazando lluvia; olía a septiembre y no a mayo; parecía que el curso universatorio iba a comenzar y no a finalizar y que Fray Tomás de Santo Domingo iba a aparecer en cualquier momento (o, en su defecto, Eutimio).

Llovía...
A las 16 h, llovía en Salamanca. Era una lluvia impertinente, por lo constante y fría. A las 16.30 h, los lectores peñarandinos arribamos a una ciudad mojada, pero no inhóspita. Los transeúntes se adornaban con paragüas como bastones y, de pronto, cesó de llover y el cielo comenzó a mostrar tonalidades distintas y cambiantes; ora negras y moradas, ora grisáceas y violetas.
Había un dominico aguardando, paciente y meditabundo, en el claustro del Convento de San Esteban. Nos arremolinamos. La televisión nos acompañaba, y aquello que no empezaba. Sólo fueron unos minutos, pero ¡cuán larga se hace la espera en un momento así! De pronto, un misterioso personaje encaminó sus pasos al encuentro del dominico. Venía vestido con calzas coloridas y un sombrero de raso. Comenzó La Ruta Negra.
El Palacio de Anaya, la Catedral Vieja, el Patio de Escuelas, y la Cruz de los Ajusticiados, desde la que se veía el Puente Romano y el verraco, fueron las paradas de nuestra ruta. Por las calles estrechas de una ciudad sabática, seguimos al dominico serio y al estudiante risueño y bromista. Las gentes nos miraban al pasar, entre divertidos y asombrados, y hubo más de un espontáneo que se sumo a nuestra particular comitiva. Algunos, sólo se quedaron unos minutos, pero hubo quien desde la distancia, no nos quitó ojo. Por el camino, nos encontramos con una boda, con un perro que no paraba de ladrar (tendría ganas de venirse con nosotros), con unos chiquillos que correteaban y lloraban y aplaudían y jugaban… cosas del directo.

Este estudiante...
Tan entretenidos estábamos que ni nos dimos cuenta de que aquello se acababa, que se estaba terminando. En la Cueva de Salamanca, menudo susto, ¡vive dios! El dominico, que no era tal, sino el mismísimo diablo con cuernos y todo, venga a lanzar venablos (qué carácter) ¡y para el fondo de la Cueva que se llevó al incauto del estudiante! Menos mal que no hizo lo propio con alguno de nosotros, porque según explicó, necesitaba almas inocentes (sería de más mérito y aprovechamiento. Él y el infierno se lo perdieron). Los actores, bravísimos. (Qué miedo).

Y detrás, Jesús
Iniciamos otra ruta, y es que no paramos, fue una tarde provechosa. Los cámaras de televisión y el fotógrafo no se perdieron ni un minuto de metraje, ni un plano, ni una instantánea. De vez en cuando, una gota de agua despistada nos mojaba la punta de la nariz o el flequillo, pero afortunadamente, no pasó de ahí. (Será que alguien, un tal Eutimio y su señora, supieron encomendarle bien nuestra excursión a Las Claras. Aunque también aquí hubo quien pidió y dio unos huevos para que el tiempo nos fuese propicio a nuestros afanes). No pasó de ahí, pero eso hacía que, de vez en cuando, algún paragüas se luciese y, así, pudimos contemplar al mismisimo Cielo de Salamanca que giraba a nuestro alrededor.
Dejémonos de florituras y metáforas. Iniciamos otra ruta, la llamada Ruta del Ebook, compuesta de dos etapas. La primera de ellas, tuvo lugar en el Huerto de Calixto y Melibea. En él, Michel Núñez nos sorprendía con la música de su guitarra y en él, Jesús Plaza y Nieves Prieto leyeron sus elogios al vino (de La Celestina y del Tintorro en El manuscrito). El viento. Ahora, hacía viento. El viento que movía las ramas de los frutales y hacía que volviera a llover, ahora alguna hoja mezclada con agua dulce de lluvia. Quedó hasta poético. Y esa destreza con los micrófonos y con los libros digitales. Muy bien.

Escuchamos música en el Huerto de Calixto y Melibea
La segunda, fue muy cerca del verraco, de espaldas a la figura de El lazarillo y el ciego. Los golpes que recibieron allí Lázaro y Fernando de Rojas se merecían sendas lecturas, y así fue como Mayte Alonso y Cati Carretero nos hicieron escuchar unos fuertes ruidos dentro de nuestras cabezas (¿sería la tormenta, que inexorablemente, se acercaba?) Michel, de nuevo, nos acompañó con dulces acordes. Terminamos, y satisfechos aunque agotados por lo intenso de nuestra expedición, nos decidimos a visitar las cafeterías de Salamanca para reponer un poco nuestros cuerpos cansados. Hubo quién tomó chocolate caliente. Hummm.

El Conferenciante y el Reventador
Andando el tiempo nos encontramos de nuevo en La Cueva de Salamanca. Fotos y risas, los cámaras colocándose, nosotros, impacientes. Un hombre vestido de negro y con foulard gris al cuello (qué elegancia renacentista) comenzó a disertar sobre la novela El manuscrito de piedra (¡que la hemos leído ya!). Todos callados, y de pronto, ¡un Reventador! Uno de esos que tienen por oficio (parece ser) reventar actos públicos. Él iba vestido de blanco y, de nuevo, otro foulard pendía de su cuello (¿era moda entonces). Aunque este buen hombre se tocaba con un sombrero. Lo cierto es que quedaban muy bien uno de negro y otro de blanco. Pero, ¡cuán equivocado estaba el señor de negro! (esto parece una película. Vamos a llamarle, el Conferenciante). El Reventador le mostró cómo liberar la ciudad oculta, sumergida (con una pala, claro, estamos en el siglo XV) y así, Salamanca, apareció a nuestros ojos sin doblez, más sabia, más hermosa. Cuando terminó la obra de teatro, fue cosa de ver a los actores leyendo en los libros digitales. Sesión de fotos, como no podía ser menos.
La tarde caía y las nubes oscuras no habían dejado que la lluvia cayese sobre nosotros. Aún nos quedaba un tiempo, que algunos aprovecharon para recorrer la Feria del Libro en la Plaza Mayor; otros para tomarse otro café (u otro chocolate) y otros, para entablar amistad con propios y extraños.
Sobre las 20.30 h, los lectores peñarandinos se subieron al autobús para regresar a Bracamonte, en Peñaranda. De pronto, comenzó a llover.