Archivo del 21 de Abril de 2010

De cuevas y manuscritos

Miércoles, 21 de Abril de 2010

Hay lectores que escriben historias. Y hay historias que inspiran a escritores… y a lectores. Hoy, María Jesús Pérez Velasco (Chus para los amigos), lectora que gusta de escribir, nos hace un regalo. El texto que sigue es suyo. Gracias Chus.

Había anochecido cuando alcanzaba la cima de las montañas rocosas. Con los ojos enrojecidos, la boca seca y casi sin aliento se adentró en la cueva, donde siempre se oía a las alimañas gruñir  hambrientas y furiosas. No era el rugido de los animales lo que más le asustaba, si no el homo sapiens que le perseguía desde hacía ya varias lunas. Aquella figura tan semejante a la suya le parecía un monstruo que dejaba su cuerpo helado, hasta el punto de no salir a cazar a la luz del día, con el cielo claro. Consiguió llegar a la mitad de la cueva; por una fina grieta llegaba la luz de afuera. Ahora no oía nada más que su propia respiración. La lanza le temblaba en las manos, miraba resoplando en derredor. No conseguía mantenerse erguido del todo, como si en cualquier instante tuviera que saltar para defenderse. Hasta su propia sombra le parecía una garra al acecho.

En cuclillas, sus piernas temblorosas, apoyado en la pared, miraba sin conseguir sosiego alguno. Poco a poco se fue adaptando a ver entre tinieblas, y poniéndose a cuatro patas comenzó a correr, como alma que lleva el diablo, por  la galería oyendo su propio trotar, torpe y desorientado, hasta tropezar con un enorme animal muerto en medio de un  charco de sangre aún caliente. Horrorizado lanzó un fuerte alarido ahuyentando a los enormes murciélagos y despertando a las fieras que allí se refugiaban.

Pero, en ese mismo instante, abriendo enormemente los ojos, ante él, se perfilaban figuras inquietantes e inamovibles, que le miraban fijamente.

Pinturas rupestres de Altamira. Quizás fueran como estas...

Tardó en reaccionar, se acercó y con la punta de su lanza siguió el trazo pintado de los animales quietos, de sus semejantes a quienes buscaba en su huída, de aquel otro, que le perseguía. Agudizó el oído buscando el sonido que venía de otra galería, no le era familiar, y guiándose de su instinto,  se acercó cada vez más y más hasta que descubrió unas figuras de su mismo tamaño. Las observó agazapado. Veía sus manos y se miraba las suyas, miraba sus pies y observaba los suyos. Le parecieron árboles que mecía el viento. Eran grandes y altos, tan derechos. Él giraba la cabeza, para ver si podía entenderlo, pero el miedo le impedía asomarse para ver que hacían y por qué emitían otro sonido distinto al suyo:

“Como pueden ustedes observar, estas pinturas rupestres llevan aquí miles de años, aunque fueron descubiertas por casualidad. Se consiguió que fueran una gran fuente de estudio para espeleólogos y  estudiosos de la antropología, y gracias a ellos hoy día podemos saber cómo vivían, cazaban y manifestaban su vida cotidiana los primeros pobladores, que como pueden ver, se relacionaban en grupos. No sólo las cuevas esconden pinturas y alimañas, también grandes incógnitas que inspiran historias como “El manuscrito de piedra”, de ahí al papel y del papel al Territorio Ebook… ¡ahí es “ná”!”

Y oído esto, nuestro antepasado huyó por donde había venido, para seguir descubriendo el porqué de su existencia.