En el tren
Iniciamos la publicación, en primicia, de este relato de Luis García Jambrina, quien, con sentido del humor, reflexiona sobre el papel de las redes sociales en la vida de un escritor. En estos momentos, se está anunciando la aparición en el blog de este texto, en el encuentro La lectura y los soportes, que se está celebrando en el Centro e-LEA en Urueña.
Cuando, hace cuatro años, me hice novelista no pensé que las cosas fueran a ser tan complicadas. Yo hasta entonces había sido un humilde profesor universitario que de vez en cuando publicaba un libro de cuentos. Pero, después de editar mi primera novela, mi vida se ha convertido en un infierno. Sí, han oído bien, he dicho infierno.
Como en tantas novelas policíacas, todo empezó en un viaje en tren, el famoso “tren negro”, ese que todos los años, en el mes de julio, conduce desde a Madrid hasta Gijón a los escritores que van a participar en la célebre Semana Negra, un histórico festival dedicado a la novela negra y policíaca. Es un tren de esos antiguos, de la época de Franco, que tarda casi un día en hacer un trayecto que un ave recorrería en un par de horas. Durante el tiempo que dura el viaje, los escritores aprovechan para leer, para beber, para dormir, para conocerse entre ellos o para hablar amigablemente con los periodistas.
El caso es que en este tren coincidí con el famoso novelista Fernando Marías, que, nada más verme, me preguntó qué tal iba mi novela y comenzó a darme algunos consejos de experto para ayudarme en mi recién iniciada carrera literaria.
–La más urgente –me dijo él, muy convencido– es hacerte una web, abrir un blog y unirte a facebook y twitter.
–Pero ¿de qué hablas? –le pregunté yo, algo abrumado–. O mejor dicho: ¿en qué idioma hablas? Sé más o menos lo que es una web y hasta he oído decir que existen los blogs. Pero ¿de qué va eso del facebook y el twitter?
–¡No me digas que no has oído hablar de las redes sociales! –exclamó él, verdaderamente asombrado.
–Las únicas redes sociales que conozco –le dije yo– son las de la delincuencia organizada. Y, la verdad, no imaginaba que hubiera que pertenecer a una de ellas para hacer carrera literaria.
–No te estoy hablando de mafias –me corrigió él–, sino de redes de intercambio en internet donde la gente puede comunicarse, compartir información y hablar de las cosas que le interesan. Para ello sólo tienes que registrarte y hacerte un perfil.
–A mí todo eso me parece muy complicado, la verdad –le comenté–. Yo creo que voy a seguir con los métodos tradicionales. Al fin y al cabo, soy un novelista histórico.
–Pero ¡qué dices! –me replicó él–. Hoy día si no estás en internet no eres nadie, no te comes un rosco, no existes.
–Pues ¡qué le vamos a hacer! –repuse yo, resignado.
–Desengáñate, Luis. No hay vida fuera de internet –intervino entonces la compañera de Fernando Marías, una mujer de mucho carácter que nunca he tenido claro si es su novia, su secretaria o su agente literaria o las tres cosas a un tiempo.
–Pero es que yo soy alérgico a las nuevas tecnologías –traté de justificarme.
–Tonterías –rechazó ella–. Ahora mismo te voy a sacar unas fotos de este viaje para que te hagas un perfil. Supongo que al menos tendrás una cámara digital.
–Lamento defraudarte –le dije yo–. Pero en esto de las tecnologías soy un poco antiguo.
–¡¿Un poco antiguo?! –exclamó ella–. Tú lo que eres es un indigente y un analfabeto funcional.
–Bueno, tampoco hay que exagerar –me indigné yo.
–Te lo advierto –me aseguró ella muy seria–; si no te pones al día de inmediato, más vale que te vayas olvidando de hacer carrera como novelista.
