Novela y ciudad, por Luis García Jambrina

siempre renovadas y distintas. En el subsuelo de toda ciudad, hay, además, una ciudad oculta y sumergida, una ciudad onírica y subconsciente, en espera de que un escritor la redescubra y la haga aflorar.

Pero, más que un tema, un motivo o un escenario, algunas ciudades, como Salamanca, son en sí mismas un género literario. Su compleja y variada topografía es, en realidad, un reflejo o representación del alma colectiva, y no tan sólo el marco o decorado en el que se desenvuelven nuestras vidas. Y es que, en cada ciudad, hay, amalgamadas, una ciudad exterior y una ciudad interior, una ciudad visible y una ciudad invisible, una ciudad histórica y una ciudad mítica, una ciudad real y burguesa y una ciudad imaginaria y utópica, una ciudad empírica y una ciudad virtual, una ciudad de piedra, hierro, cristal y  hormigón y una ciudad de papel y tinta.

Una ciudad no es tan sólo un lugar geográfico, un territorio urbano. Es también un espacio literario, un ámbito simbólico en el que se funden el mito, la invención y la realidad. No en vano las ciudades las construyen también los novelistas. Son ellos los que las crean, configuran y remodelan, libro tras libro y siglo tras siglo, en el imaginario colectivo de las gentes. De hecho, podríamos decir que, si los hombres no escribieran, no existirían las ciudades.

Una ciudad es, por otra parte, un texto que no se acaba nunca de escribir y no dejamos nunca de leer, un territorio en el que se entrecruzan la memoria y el deseo. Una ciudad es en sí un gran relato, una novela de novelas, una tupida red de narraciones que se entrecruzan y se bifurcan, un gran símbolo, una creación autónoma de la imaginación, un hipertexto al que se vinculan infinitos textos, como el famoso libro de arena de Borges, un palimpsesto sobre el que escribimos una y otra vez las mismas historias y metáforas,

 
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