Flora era la mejor pintora de flores del mundo. Pintaba flores en cada estación, a cada hora del día y en cada país que visitaba. Viajaba para conocer distintos tipos de flores y así poder retratarlos. Pero sólo exponía sus cuadros durante un tiempo, después desaparecían y nadie sabe dónde se encontraban. Ella, como excusa a esta misteriosa situación, respondía: “Los cuadros, como las flores, se marchitan con el tiempo.” Era tan certero su dibujo que la gente se acercaba a sus cuadros y no daba crédito a tanto realismo. Era tanta su precisión en el trazo, tan perfecta la elección de sus colores, que la gente creía estar contemplando flores reales. “Si es que parece tener tres dimensiones, ese ramillete de lilas”, decían algunos visitantes de sus exposiciones. “Esas rosas huelen como si estuviesen en el rosal”, decían otros. Y Flora sonreía satisfecha porque toda su vida sólo había querido pintar flores. Hasta que un día dejó de sonreír.